En la tradición del yoga existen diferentes caminos que nos guían hacia la misma meta: el encuentro con nuestra parte más consciente y sagrada. Estos caminos son cinco:
Hatha Yoga, centrado en los ejercicios físicos y la armonía del cuerpo.
Raja Yoga, la vía de la meditación y la observación de la mente.
Jnana Yoga, el estudio de textos inspiradores y la búsqueda del conocimiento.
Karma Yoga, la acción consciente y desinteresada.
Bhakti Yoga, el camino de la devoción y el corazón.
Cada persona, según su sensibilidad y momento vital, puede sentirse más cercana a uno de estos senderos o bien combinarlos, como propone el Yoga Integral, que une distintas prácticas para lograr una experiencia más completa.
El Bhakti Yoga es considerado el camino del amor y la entrega. Se centra en cultivar una relación profunda con lo divino —sea entendido como Dios, el universo, la conciencia suprema o nuestro propio ser interior— a través de la devoción, la gratitud y la apertura del corazón. En este proceso, el practicante transforma las emociones y las dirige hacia lo más elevado, experimentando así una conexión espiritual directa.
Una de las herramientas esenciales del Bhakti Yoga son los mantras. Los mantras son palabras o frases de gran poder simbólico y vibracional, muchas veces en sánscrito, que se repiten de forma constante: mentalmente, en voz baja, recitándolos o cantándolos. Al hacerlo, no solo se activa su vibración sonora, sino también la esencia de su mensaje. La repetición del mantra tiene el poder de aquietar la mente, abrir el corazón y generar un estado meditativo que favorece la interiorización.
Cuando el mantra se canta en grupo —en prácticas conocidas como kirtan—, la energía compartida multiplica la experiencia. Las voces se entrelazan, y la devoción colectiva eleva el estado de conciencia, creando una atmósfera de unión y de profundo recogimiento. Esta práctica no solo conecta con el interior de cada persona, sino que también une corazones en una experiencia de comunión espiritual.
En definitiva, el Bhakti Yoga nos recuerda que el camino hacia la consciencia plena no solo pasa por la disciplina física, el conocimiento o la acción consciente, sino también por la capacidad de amar, rendirse y vibrar en sintonía con lo sagrado que habita en nosotros y en todo lo que nos rodea.



